Relato

"Mi amigo, ¿por qué esa soledad que te abraza? Permíteme sentarme, conversar un instante," le dije, notando su semblante cargado de pesares. "Desahógate, soy todo oídos para ti."

"Hace días que partió, su ausencia es un enigma, y me encuentro perdido sin ella," confesó con un suspiro que parecía cargar el peso del mundo.

"¿Adónde se ha ido tu amada? Parece que ha cruzado océanos de distancia," murmuré, intentando descifrar la profundidad de su mirada.

"No, no es la distancia. Ella estudia, está sumergida en sus libros y teorías..." su voz se desvaneció como si las palabras temieran escapar.

"Entiendo, mi amigo. Te diré algo que quizás duela: hay quienes se desposan con su vocación, lo he visto, lo he vivido a través de otros," le dije, intentando prepararlo para la realidad.

"Pero espera, no somos como los demás. Es complejo, sí, pero la amo, la extraño cada segundo," replicó con una determinación que rara vez había presenciado.

"Lo sé, y esa mirada tuya, esa convicción, pertenece a aquellos que desafían lo imposible, que persiguen locuras dignas de ser contadas," le aseguré, admirando su valentía.

"¿Locuras? ¿Qué tipo de locuras?" preguntó, con una mezcla de curiosidad y ansiedad.

"Las locuras de las que hablo son aquellas ideas grandiosas, las que pretenden cambiar el mundo y terminan transformándonos a nosotros. Si la amas, haz lo que debas hacer. La paciencia será tu aliada," le aconsejé, sabiendo que el camino sería arduo.

"Recuerdas que dijiste que se casan con su profesión..." comenzó, con una chispa de astucia en sus ojos.

"Sí, claro que lo recuerdo," asentí, intrigado por su pensamiento.

"Pues bien, si se casan con su profesión, entonces buscaré ser su amante," dijo, soltando una risa serena que rompió la tensión del momento.

"¡Bravo, mi amigo! La noche es joven y el camino es largo, es hora de partir," exclamé, invitándolo a enfrentar juntos lo que vendría.

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