Pintora
La mujer, con un gesto suave y repetitivo, golpeaba su frente contra la pared, como si buscara despertar las ideas dormidas en su mente. Frente al lienzo, comenzó a pintar; las pinceladas danzaban en un caos controlado, los colores se derramaban sobre el suelo, formando una tormenta de sensaciones sin lógica. Entre lágrimas y gritos, su arte cobraba vida.
Se desplazaba por la estancia con la urgencia de quien persigue o huye de un fantasma, y de pronto, se dejó caer, exhausta. Su respiración era profunda, y sus ojos, fijos en la obra, no se apartaban de ella. Se limpió las lágrimas, pero no se levantó; se sumergió en un mar de reflexiones donde el amor y el odio navegaban juntos, indisolubles.
Finalmente, se puso de pie, y con una furia renovada, atacó su propia creación. Continuó dibujando, coloreando, utilizando brochas y pinceles de todas formas y tamaños, en una carrera contra el tiempo que avanzaba implacable, mientras las nubes se deshacían y el sol se escondía en su refugio nocturno.
La mujer dejó caer su paleta y sus pinceles, tomó el cuadro y lo colgó en la pared. Se sentó frente a él para contemplar su obra terminada, una pintura que era un espejo de su alma, una belleza artística que exteriorizaba su amor y su odio.
Y allí permaneció, encerrada en su habitación acolchonada, con la mirada perdida en su pintura, en un diálogo silencioso que solo ella podía entender.
Se desplazaba por la estancia con la urgencia de quien persigue o huye de un fantasma, y de pronto, se dejó caer, exhausta. Su respiración era profunda, y sus ojos, fijos en la obra, no se apartaban de ella. Se limpió las lágrimas, pero no se levantó; se sumergió en un mar de reflexiones donde el amor y el odio navegaban juntos, indisolubles.
Finalmente, se puso de pie, y con una furia renovada, atacó su propia creación. Continuó dibujando, coloreando, utilizando brochas y pinceles de todas formas y tamaños, en una carrera contra el tiempo que avanzaba implacable, mientras las nubes se deshacían y el sol se escondía en su refugio nocturno.
La mujer dejó caer su paleta y sus pinceles, tomó el cuadro y lo colgó en la pared. Se sentó frente a él para contemplar su obra terminada, una pintura que era un espejo de su alma, una belleza artística que exteriorizaba su amor y su odio.
Y allí permaneció, encerrada en su habitación acolchonada, con la mirada perdida en su pintura, en un diálogo silencioso que solo ella podía entender.
Comentarios
Publicar un comentario