En las calles

Salimos a deambular por las calles de Guadalajara, recorriendo esa vía donde las tiendas exhiben vestidos de novia. Ella, reflejada en los cristales, se medía los atuendos de los maniquíes, girando como si los portara, hermosa sin necesidad de espejos que lo confirmaran.

Hacía frío y la noche se había adueñado de todo; pocas almas vagaban a esas horas. La miré de nuevo, continuaba su danza entre reflejos, probándose vestidos que solo existían en la ilusión del vidrio.

Le señalé un vestido que capturó mi atención, ella respondió con un abrazo y compartió el otro audífono para sumergirse en la música. Permanecimos así, inmóviles, hasta que la última nota se desvaneció. Se quedó contemplando el vestido que le había mostrado, luego, juguetona, me guía hacia la vuelta de la tienda. Allí, los trajes de novio se alineaban en el escaparate.

Se aseguró de que mi reflejo luciera uno de ellos, y aunque solo era un juego de luces y sombras, me sentí elegante. Se colocó detrás de mí, simuló ajustarme un sombrero y enderezó un moño imaginario. Observó nuestro reflejo y dijo: "Te ves bien con traje".

Continuamos nuestro paseo, admirando aparadores, flores y callejones. Nos detuvimos ante una esquina para apreciar las casas antiguas. Me pidió que me inclinara, esperaba un beso, pero en su lugar, recibí un pellizco en la mejilla. Ella echó a correr y yo la seguí, en una persecución lúdica que solo se detuvo cuando el semáforo en rojo la hizo pausar y pude alcanzarla para devolverle la travesura con coscorrones fingidos.

Ella deseaba más noches como esta, y yo, ¿cómo negarme?

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