Caminé sin rumbo fijo
Me dejé llevar por la soledad de la mañana, cuando el fresco de la noche aún se cuela entre los dedos y el sol comienza a tejer su red dorada. Caminé sin rumbo fijo, siguiendo un sendero que se desdibujaba con cada paso, hasta que una lluvia caprichosa, como sacada de un cuadro de Magritte, me sorprendió con su danza inesperada; una muchacha, cuya belleza desafiaba la realidad misma, salpicó mis pantalones al compás de su regadera, como si pintara con gotas de lluvia las flores de su jardín.
Ella, con una disculpa que parecía más un murmullo de viento, me miró con ojos que contenían universos. Respondí con una sonrisa, pidiéndole su nombre como quien pide un boleto para continuar el viaje en este tren de sueños. Ella lo pronunció, y su nombre resonó con ecos de historias aún no escritas. Continué mi camino, con la certeza de que cada paso me alejaba de la vigilia y me sumergía más profundo en la trama de un sueño eterno.
Ella, con una disculpa que parecía más un murmullo de viento, me miró con ojos que contenían universos. Respondí con una sonrisa, pidiéndole su nombre como quien pide un boleto para continuar el viaje en este tren de sueños. Ella lo pronunció, y su nombre resonó con ecos de historias aún no escritas. Continué mi camino, con la certeza de que cada paso me alejaba de la vigilia y me sumergía más profundo en la trama de un sueño eterno.
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