El tenedor

Caminaba por la cafetería, mi mente enfrascada en ecuaciones y teoremas, moviéndome por inercia, como un sonámbulo en pleno día. Mis manos, actuando con voluntad propia, tomaron una bandeja para cargar el almuerzo. Variables y constantes revoloteaban en mi visión, un enjambre de números que se disipó cuando sentí una presión en mi hombro.

Giré, buscando la fuente de aquel contacto, y al elevar la vista, un tenedor se presentó ante mí. No siempre se necesitan escenarios de ensueño para encuentros significativos; no es menester estar en las calles empedradas de Francia, ni en los canales de Venecia, ni en las playas exóticas de una isla remota.

A veces, basta con una mirada, un gesto simple como el ofrecimiento de un tenedor, para que una cafetería ruidosa y común se transforme en el escenario perfecto para el inicio de algo extraordinario.

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