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Mostrando las entradas de febrero, 2015

El Café Cuántico

Al adentrarme en el Café Cuántico, el aroma del grano recién molido me envolvió en una nube de posibilidades. Ante mí, una pizarra desgastada enumeraba las especialidades de la casa con una caligrafía que bailaba entre lo elegante y lo caótico: Batido de Café Batido de Plátanos al Café Café Americano Café Antillano Café Calipso Café Canelado Café al Caramelo Café Caraqueño Café Capuchino Café al Coñac Café Curaçao Café “Champs Elisées” Café “Château” Café al Chocolate Café Danés Café “du matin” Café Escocés Café Flambeado Con la noche colándose por los amplios ventanales, me acerqué al mostrador y dije con decisión: Buenas noches, quiero un café escocés. El reloj marcó cinco minutos en su lento tic-tac antes de que el camarero se aproximara con una taza humeante. Aquí tiene su café “Château”. Fruncí el ceño, desconcertado. Pero yo pedí un café escocés. El camarero, se inclinó ligeramente y comento: Lo sabemos, pero mientras preparábamos su café escocés, este decidió ser un café canelad...

Secretos

En la década de los años veinte, existía una muchacha cuyo entendimiento de las matemáticas era tan superficial como el rocío en las hojas de la mañana. Sin embargo, en un arrebato de fervor científico, recitó ecuaciones con la velocidad de la luz, diez mil veces en apenas cinco segundos. Cada número, cada símbolo, se convertía en una duda existencial, un cuestionamiento a las leyes que dictaban el orden del cosmos. En la maraña de aquel lenguaje críptico, ella vislumbró una solución, un delicado hilo de equilibrio capaz de desentrañar el tejido de la realidad. Si sus cálculos eran correctos, si lograba demostrar su teoría, cien lustros de sabiduría acumulada se desmoronarían como un castillo de naipes ante la brisa del cambio. Con la solución al alcance de su mente, optó por la huida, abandonando el enigma que había desvelado en unos pocos minutos de iluminación. La muchacha se desvaneció en el vórtice del tiempo, y su nombre se perdió en el eco de los siglos, hasta que hoy, su leyend...

Recordando sueños

Hubo un tiempo en que amé a una mujer que tejía las horas a su antojo. Podía estirar un segundo hasta el infinito o comprimir un día en un parpadeo. Nuestro amor era un reloj sin manecillas, hasta que una discusión alteró su ritmo. "¿Recuerdas lo que soñaste conmigo?" preguntó una mañana. La respuesta se desvaneció en mi memoria como estrellas al amanecer. Frustrada, dictó su veredicto: "Si al despertar, sientes que me has soñado y comienzas a olvidar, detendré el tiempo hasta que lo recuerdes." Desde entonces, he vivido en un bucle perpetuo. Cada mañana, a las seis en punto, me levanto y lucho por recordar. Una y otra vez, 1324 veces, hasta que en el despertar número 1965, las imágenes regresaron nítidas y luminosas. Era el día que la conocí, cada detalle grabado en mi mente. Ese fue el primer sueño con ella desde que impuso su condición temporal. Recordarla es una dulce tortura, pues hace años que nuestros caminos se dividieron, dejándome en un limbo de recuerdos ...

Olvidar

He escrito cartas, un sinfín, ninguna ha cruzado tu umbral, selladas quedan, sin voz ni son, entre páginas en un rincón. Al principio, palabras fluían como río en temporal, más con el tiempo, su caudal se tornó en mero goteo ocasional. Hablar solo me ha enseñado, en eco hallé mi réplica, en el monólogo de mi ser, risa y furia son mi réplica. A veces, en público, mis manos danzan a mi voz, y en la mirada ajena, veo el reflejo de mi solitaria voz. Tu silencio es un verdugo lento, desgasta mi esperanza, me hace dudar de tu existencia, ¿fueras quizás solo fragancia? Como sueño que al despertar se esfuma sin dejar rastro, solo queda la sensación vaga, un vacío vasto. Si nos cruzamos en la calle, ¿serás más que un rostro en la multitud? Quizás ya hemos compartido paso, sin saber, en la misma latitud. El olvido se cierne cuando ya no hay hilos que nos unan, cuando la melodía compartida ya no nos acuna. ¿A quién escribo estas líneas? ¿Qué palabras son estas que fluyen? ¿Por qué empecé esta car...

Soy el soñador despierto

Soy el soñador despierto, en la tarea perdido, resolviendo acertijos, en laberintos escondidos, para no caer en la locura de cada día vivido. Soy guerrero sin armas, en pensamientos sumido, imaginando a una princesa, en el cielo suspendido, dueña de estrellas ocultas, de sombrillas el nido. Deja que el soplo de tus ojos, al viento sea confiado, que en su danza lleve mariposas, en vuelo encantado, regálame una mirada, de sueños adornado, como el deseo más tierno, en tu corazón anidado. Dime en murmullo que me amas, aunque sea en lo callado, acércate solo un instante, en este espacio sagrado, para robarte un beso, en el tiempo congelado. Narra el desenlace de la historia, yo iniciaré el relato, en un aquí y un allá, en un mundo apartado, solo tú y yo, en un universo por nosotros creado.

Miradas

Una chica que se encontraba a orilla del mar, dibujaba en la arena de la playa, estaba triste y se sentía sola. En ese momento se acercaba un muchacho que caminaba con la mirada perdida en el horizonte. La chica se asustó y sumergiéndose en el mar desapareció. El muchacho se percató de unos dibujos en la arena de la playa que casi desaparecieron con las olas del mar. Suspiro por un momento y continúo caminando, no se dio cuenta que alguien lo miraba desde lejos.

El templo

En algún lugar de una ciudad que podría ser cualquier ciudad, en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, había un templo. No era un templo común; sus paredes parecían contener el pulso mismo del universo, y su puerta, una simple inscripción: “ESTO NO ES AQUÍ”. Era un lugar de leyendas, susurrado en los rincones de las tabernas y en los bancos de los parques, donde los viejos jugaban al ajedrez y los niños corrían tras palomas imaginarias. Se decía que, dentro de sus muros, el tiempo se dilataba y contraía como un acordeón tocado por manos invisibles. Un hombre, cuyo nombre podría haber sido cualquiera o podría no haber sido ninguno, caminó durante días, meses, años; el tiempo es un concepto tan fluido cuando se busca lo imposible. Buscaba el templo no por fe o por curiosidad, sino por necesidad. Había una mujer, o quizás un recuerdo de una mujer, que vivía en un tiempo que no era el suyo, y él creía que el templo era la clave para alcanzarla. Cuando finalmente lo encontró, el templo...

Por un instante

Espero que tu corazón, sea tan grande como tu pasión, y en su dulce y tierno latir, nos invite a siempre sonreír. Por un instante, bajo el cielo infinito, donde las estrellas brillan como farolitos, dame un beso, suave y bonito, murmulla canciones al oído, despacito. Toma mi mano, no por un ratito, sino para caminar juntos, paso a pasito, en este viaje, largo y bendito, donde el amor es nuestro mejor rito.

Aunque sea un minuto

Pequeñas luces, verdes farolillos, Regálame un piquito, tierno y sencillo, Murmúrame lento, cerca del oído, Aguanta mi mano, aunque sea un minuto.

Reconozco

Hoy no hallo qué escribir, no hay paz en mi ser, solo aguardo en espera, sin saber qué hacer. En crisis o en lucha, el reto es personal, aunque busque apoyo, el enfrentar es individual. Reconozco mis fallos, miedos y fragilidad, en la soledad se siente más la adversidad. Mas acepto lo que soy, con todo y mi verdad, en la aceptación encuentro mi tranquilidad.

Ya no mas

Con prisa y temor a perderte, te dediqué otro verso de amor, anhelaba que fuera de tu agrado, mas no lo fue, y eso dolió. Fue entonces cuando comprendí, que te perdía una vez más, tantas despedidas acumuladas, que al verte, ya nada fue igual. Eras la misma de siempre, misma sonrisa, idéntico peinado, y aunque tus ojos seguían bellos, el misterio en ellos había acabado. Te fuiste tantas veces, que aprendí a dejar la puerta entreabierta. Al regresar, hallaste todo cerrado, tu sorpresa fue evidente, esperabas, como siempre, ser acogida, con las mismas lágrimas de siempre. Ahora, solo te observo por la ventana, esperando que decidas marcharte. Los relojes no cesan su tic-tac, marcando cada segundo de tu espera, esperando que descienda para un abrazo, pero yo, en cambio, abro un libro y me pierdo, en la historia clásica de un amor otoñal, la vida de una dama y su amor ideal. Soñaba con él sin cesar, hasta que en el más allá, por fin pudo amar.