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Mostrando las entradas de octubre, 2011

El antiguo libro de alquimia

Sentada al borde del sueño, ella parpadeaba al ritmo de sus dedos tamborileando sobre el antiguo libro de alquimia. Temía que algún día, sin previo aviso, la muerte irrumpiera en su cuarto con un grito estridente para arrebatarle la vida. Portadora de un alma oscura, reflejada en la sombra que se deslizaba por el suelo, observaba cómo la fogata de la chimenea danzaba y jugueteaba con su fría silueta. A cada instante, una silueta parecía estrangular a su dueña, pero no eran más que las cortinas mecidas por el viento y las ramas de un árbol que se erguían, alabando la tenue luz de la luna. Ella, cuyo nombre no puedo pronunciar, se levantó para comprobar si la muerte aún no había llegado. Despreció el libro que le prometía vida eterna, rehusándose a abandonar las riquezas que poseía, deseosa de conservar la belleza con la que había sido bendecida. “Maldita muerte”, exclamó enfurecida, “no podrás despojarme de mis posesiones. Soy joven y hermosa. ¿Acaso no hay un hombre que ante mi presenc...

Protégela

Dios, en dondequiera que ella esté, protégela, quizás no sea menester decírtelo, más deseo estar seguro, y no confiarlo solo a tu divino celo. Que no sean vanas mis palabras al viento, para que ella encuentre bienestar y contento, ilumínala en su sendero, en su justo momento, aunque ese camino no cruce con mi aliento. Si su felicidad no me incluye en su cuento, acepto mi destino sin ningún lamento, porque si ella sonríe, yo sonrío contento, y en su alegría hallaré mi propio sustento.

La Joven del Mar

En la orilla del mar, donde las olas besan la arena, se encontraba una joven. Con dedos temblorosos, dibujaba en la playa figuras que la marea no tardaría en borrar. Su corazón latía al compás de una tristeza profunda, una soledad que parecía tan inmensa como el océano mismo. Por el horizonte, un muchacho caminaba, perdido en sus pensamientos, con la mirada fija en el punto donde el cielo se funde con el mar. La presencia del joven la sobresaltó, y como un espíritu del agua, se deslizó de vuelta al mar, sumergiéndose en el abismo azul. El muchacho, ajeno al misterioso encuentro, solo notó las huellas efímeras en la arena, que las olas se apresuraban a borrar. Dio un suspiro, un lamento por lo que su alma intuía, pero sus ojos no veían, y continuó su camino, sin saber que unos ojos desde las profundidades del mar lo observaban, llenos de curiosidad y melancolía.

Aquel primer beso

De aquellos instantes que juntos vivimos, el más presente es el primer beso que dimos, alzabas la vista al cielo, con anhelo, deseando que el tiempo se congelara en vuelo. Conscientes ambos de lo que estaba por suceder, me dejé llevar por el instante, sin temer. Ahora que he vuelto al mismo jardín florido, donde con amor inocente te he querido, lloro por esa primera melodía que danzamos, ansiando el momento de reencontrarnos. Era lo único que en mi mente habitaba cada día, fue solo un estío, un amor de verano, una utopía. Aquel primer beso, lo recuerdo con ternura, en tu tristeza, te escuché con dulzura. Y allí, bajo el árbol que aún perdura, nació un beso, de esos que la mente no figura. Respiro profundo, buscando algún vestigio nuestro, esperando que no se los haya llevado el viento. Que la estación no nos convierta en desconocidos, porque una vez compartimos sueños y sonrisas, unidos por la misma ilusión, sin prisa.

El laberinto de las llaves

Atrapado en un sueño del que no podía despertar, me encontraba frente a una puerta cerrada, la única salida visible en aquel lugar sombrío. No importaba cuánto explorara sus contornos; la puerta se mantenía inmutable, sellada, como si guardara los secretos de la noche misma. La desesperación se apoderaba de mí, cuando de las sombras emergió un hombre de turbante y ropajes árabes. Con voz enigmática, me reveló que la libertad residía en elegir la llave correcta. Acto seguido, señaló hacia lo alto y observé, atónito, cómo un torrente de llaves comenzaba a caer del vacío. Una tras otra, tomé las llaves que descendían en cascada, intentando abrir la puerta, pero cada intento era en vano. Las llaves, todas diferentes en forma y tamaño, se mezclaban en el suelo, mientras la cerradura mutaba caprichosamente, desafiando toda lógica. De repente, un muro se erigió alrededor, encerrándome aún más. El hombre del turbante, ahora parte del misterio insinuó que incluso el muro era una llave más, una ...

Tu nombre imploro

Oh, mi amor, oh, mi amor, eres solo mío, en el alma y en la flor, oh, mi amor, oh, mi amor, Dios lo sabe, eres mi único fulgor, oh, mi amor. ¿Acaso ignoras cuánto te adoro? Mi amor es tuyo, sin ningún decoro, solo tuyo, en cada suspiro y coro, así es, y en mi corazón lo grabo y decoro. Oh, mi amor, oh, mi amor, eres solo mío, mi mayor tesoro, yo lo sé, oh, Dios mío, lo sé, en cada latido, tu nombre imploro.