El llanto de la niña
En un tiempo que se desdibuja en la memoria, donde los océanos no eran más que un murmullo futuro y la sed del hombre era tan palpable como su propia piel, vivía una pareja en los confines de lo habitado. Esperaban, con esa mezcla de temor y deseo que preceda a lo desconocido, la llegada de su primer hijo. El cielo, en su inescrutable designio, les concedió su anhelo, pero el regalo venía con un precio oculto en las pequeñas letras del destino. La niña nació bajo un sol que no sabía de océanos, y sus padres se inundaron de alegría al escuchar su llanto; un llanto que, con el tiempo, se revelaría como un eco de algo más profundo y perturbador. La madre, con esa intuición que parece brotar de las raíces mismas de la tierra, siempre supo que había algo más en las lágrimas de su hija, algo que el padre, con su lógica de superficies, tardaría en aceptar. El llanto de la niña no conocía de pausas ni de olvidos; era un río constante que fluía día y noche, y que pronto se convirtió en una fuen...